Cuando tenía 4 años, mi mamá hizo un cebiche de cuyo sabor hasta ahora me acuerdo, y aprendí algunas canciones en japonés
A los 6 años, empezó a rondar por mi cabeza la idea de ser medico
A los 9 años, aprendí lo que es decirle adiós a una de las personas que más quieres en el mundo, mi abuela.
A los 11, empecé a tomar micros solo (estamos hablando de la época del primer gobierno de Alan, era una proeza subirse a uno en hora punta)
A los 13 aprendí que las chicas te pueden meter en problemas, sobre todo si la chismosa de la vecina le cuenta a tu madre que has estado por ahí de la mano con una flaca.
A los 14, en quinto de media, quise que la época del colegio no se acabe nunca
A los 15 aprendí que puedo ser astronauta y vivir en una estación espacial por un año, si comparo esa experiencia con estudiar todo el día para el examen de admisión y no salir ni para comer, tomando en cuenta que tengo baño en el cuarto.
A los 16 y 17 me di cuenta que mi cabeza no se ve bien sin pelo y que la Universidad es otra vaina, ahí si hay que estudiar en serio, y no es como el colegio donde mas o menos ya sabes quien estudia o sabe mas, ahí todos saben y estudian tanto como tu. Y aprendí a vivir solo.
A los 18 vi por primera vez un muerto de cerca, un cadáver para 7 alumnos de anatomía, y también supe lo que se siente al romperte un brazo y como pica usar un yeso.
A los 19 conocí a otras personas en mi promoción aparte de los amigos de mi grupo, una excursión al Cusco y hacer los Caminos del Inca favorecieron ese comportamiento
A los 20 entré oficialmente a un hospital como alumno de medicina, aprendí a preguntar, escuchar, observar y examinar, y aprendí también que las enfermedades tenían nombre, apellido, rostro y familia, y que hay todo un contexto detrás de cada paciente.
A los 21 viajamos a Iquitos, me divertí un montón, también entré a instrumentar en sala de operaciones por primera vez, también aprendí que si tomas ron como si fuera gaseosa en un campamento, tus amigos que están un poquito mas sobrios que tu te hacen honras fúnebres frente al mar y amaneces semienterrado.
A los 22 me di cuenta que no quería ser pediatra, a diferencia de la tercera parte de mi promoción, y tampoco psiquiatra, a diferencia de la cuarta parte de ella
A los 23 fui externo, aprendí que cuando quieres hacer algo bien se puede conseguir si es que tienes toda la voluntad para hacerlo, que dormir es mas importante que comer, y también aprendí que muchas veces es mejor el consuelo que el intento vano que termina en mas dolor.
A los 24 fui interno, y fue entonces que quise más que nunca que el tiempo se detenga para no tener que enfrentarme a la dura realidad.
A los 25 con mi titulo de agente 007 aprendí que eran las AFP, la CTS, las rentas de 4ta y 5ta, y aunque me importaban un comino siempre tenia frente a mi a los vendedores de seguros, y decidí cumplir con mi patria un año en el interior del país, y fue exactamente un año, no me quedé un solo día mas.
A los 26 pensé que era hora de dejar de estar soltero, y la mujer que me quita el sueño y se robó mi corazón no sabia en el lío en que se estaba metiendo.
A los 27 nació una niña que tiene la extraña peculiaridad de sacar a sus padres de sus casillas, a veces de manera alterna, a veces al mismo tiempo, y encima se las arregla para ser la primera en su colegio.
A los 28 ingresé a trabajar a un sitio que me aseguraba trabajo de por vida, había ingresado por concurso y estaba nombrado, con un sueldo para nada despreciable, y tomando una de las pocas decisiones que a veces he cuestionado en mi vida lo dejé porque ingresé a la residencia, ese año aprendí lo que significa ser un residente de primer año, un R1.
A los 29 me empecé a dar cuenta que mientras mas leía y aprendía, menos sabía, que la medicina está siempre dando palos de ciego, y que un R2 tiene el extraño don de la ubicuidad, ese año aprendí también que el internet es una defensa poderosa si te bajas las claves de algunas revistas médicas de acceso restringido e imprimes el artículo del día anterior para salvar el pellejo.
A los 30 me dieron un empujón y de repente ya era R3, y me dieron la Jefatura de aquel grupo de médicos jóvenes cuya prioridad es dormir llamados residentes, ese año interioricé que la medicina es un arte y también decidí que mi futuro mediato estaba fuera del país.
A los 31 me di cuenta cuanto quería a mi Universidad, no pasas casi 15 años en un sitio sin agarrarle cariño, y lo escribí lo mejor que pude en mi discurso de despedida. Nació una segunda niña mas que es mas traviesa que la mayor, y le dije adiós al resto de mi familia, mi Universidad, a mis amigos y a mi país y me embarqué en una versión extralarge de Lost in translation.
A los 32 ingresé al Doctorado, un mundo de investigación, tecnología, y bastante orden, algunas cosas con respecto a Japón me impresionaron, muchas me gustaron, y otras tantas me decepcionaron, lo mejor es que pude ver a mi padre después de 3 años, y lo malo fue que el Fuji no tenia nieve ese año.
A los 33 encontré que el don de la ubicuidad se cultiva, puedes estar haciendo el Doctorado, trabajando como investigador especial e intentando ser médico todo al mismo tiempo y en el mismo lugar, también aprendí de manera directa que alquilar un departamento en Japón es literalmente una odisea, todo sea por la familia que, felizmente llegó a fines del año pasado.
Y ahora, a los 34 que cumplí hace unos días, pues, que puedo decir, sigo aprendiendo a ser padre, esposo y médico, he visto otra vez mi nombre en el buscador mundial de Pubmed como coautor, mi hija menor ya vocaliza mejor y la mayor está aprendiendo japonés y adaptándose a la vida en un colegio público en estas tierras, mi esposa sigue estudiando también el idioma, y siento que el camino sigue y sigue, a veces me detengo a mirar atrás para contemplar los pasos que di antes, y puedo asegurar con una sonrisa de oreja a oreja que no cambiaria un segundo de esos momentos por todo el oro del mundo.
La suma de esos momentos es tu propia historia, es la que hace que te sientas vivo y que quieras contarle al mundo que lo estás... y yo quise contárselo a ustedes.