Han transcurrido poco mas de cuatro años desde que el ímpetu, un poco de testarudez y mucho de buena fortuna me trajeron a este lado del orbe, y, pese a que suene un poco trillado, quisiera dejar en este pequeño y cada vez menos transitado rincón de la red unas cuantas acotaciones finales, a pocos días de regresar a la gris, célebre y nunca bien ponderada ciudad de los reyes.
Mucho se puede escribir (de hecho, se ha escrito y se sigue escribiendo) de la vida en Japón, y la mayoría de escritos que he tenido la oportunidad de leer van acompañados de calificativos y/o descripciones hechos de manera bastante sesgada. Asi que pensé, ¿Por qué no uno mas?.
Cuando uno es médico, pues por lógica está acompañado de medicina toda la vida, quiéralo o no; y la medicina te enseña al menos dos cosas: a ser observador y a ser objetivo; dejando muy poco margen a emociones que puedan nublar, y en algunos casos obscurecer completamente el entendimiento; para buena o mala fortuna del médico, dependiendo del caso, éste no solo se comporta de esa manera en el área profesional, sino que dicho patrón está tan interiorizado que forma parte de la conducta rutinaria en todos los aspectos de la vida de esta persona.
Sin embargo, voluntariamente hoy, mientras estoy sentado en un Starbucks en Tokyo, muy cerca de una de las estaciones mas transitadas del mundo, he querido que mi razón descanse por un momento, y deje que otras partes de mi persona escriban el que yo creo es el último capítulo de mi vida en este increíble país.
Un país, creo yo, es antes que nada, su gente; y Japón es justamente eso: Trabajador, perseverante, incansable, paciente, reservado, y poseedor de un espíritu de lucha impresionante.
Japón también es excéntrico (a veces bastante), muchas veces gracioso hasta el cansancio, reflexivo y meditativo hasta la indecisión, y al mismo tiempo, incólume como una roca ante las adversidades.
Japón es Tokyo, un monumento viviente a los avances del ser humano en tecnología; es Osaka y el corazón amable de su gente, cuna de artistas y gente emprendedora; es Kyoto y la historia viva del Japón tradicional que se respira por sus calles; es Nara y sus incomparables campos de sakura en primavera rodeada de alegres ciervos que se confunden entre los visitantes; es también Shikoku y el alma de sus pobladores y los caminantes de los 88 templos, y podría seguir enumerando el significado de Japón hasta el cansancio, desde el mar de Shimonoseki hasta la solemnidad de Hiroshima, y aún no estaría satisfecho de dar mi propia definición.
Llegué a conocer a buenas, excelentes personas, quienes muchas veces nos abrieron las puertas de sus hogares (y eso es mas de lo que puedo decir de mucha otra gente) a mi familia y a mi, y nos dejaron entrar en sus vidas, aprender de ellos y compartir muchas experiencias enriquecedoras, reafirmando que la lealtad y la amistad van mas allá de un idioma, una raza o una nacionalidad, y sí van de la mano con el entendimiento entre buenas personas que se reconocen entre ellas, y dejan que la confianza se transforme poco a poco en una amistad que, de hecho, se fortalece con el paso del tiempo.
Osaka fue la ciudad que elegí como testigo de este camino por estos cuatro años y medio, una joya que es la perfecta transición entre el vértigo tecnológico en Tokyo y la tradicional y milenaria Kyoto; ciudad de comerciantes, de líderes y de artistas; de gente que, a decir de otros, tiene un acento gracioso, pero que creo es perfecto para ellos, gente amable y alegre, tan atenta como presta a la sonrisa y muchas veces a las bromas, y llenos de talento y perseverancia por alcanzar sus metas.
Dejo en esta ciudad cuatro maravillosos años llenos de recuerdos, la mayoría de ellos buenos, y mi eterno agradecimiento como un estudiante extranjero que vino por un diploma y recibió mucho mas sin pedirlo, y a veces creo yo sin merecerlo.
Debo decir que vuelvo a Lima feliz, obviamente porque es mi casa, como yo digo, "mi sitio", con mi gente, y que es donde realmente quisiera explotar todo lo aprendido, y también feliz porque creo que aprendí mucho mas que medicina, que este doctorado no fue sólo de investigación, que los experimentos realizados y concluídos no fueron solamente aquellos doce artículos publicados en el Medline; este viaje me permitió conocer y empezar a comprender tantos puntos de vista que mi obtuso entendimiento había negado sumergido en la ignorancia de los que viven dentro de un tubo e ilusamente creen que es el universo.
Hay, como en todos lados, críticos u otras personas que probablemente estén en desacuerdo con las opiniones que estoy vertiendo aquí; e inicien una lista interminable de cosas negativas respecto a Japón. Pues qué podría decir, nadie puede estar con Dios y con el diablo al mismo tiempo, salvo algunos políticos cuyos nombres no merecen mayor mención, si alguien quiere quedarse con esa imagen de Japón, está en su derecho.
Por mi parte, me llevo lo bueno que Japón me ofreció a manos llenas, nuevas amistades y lecciones para toda la vida.
Me llevo las sonrisas de los niños que se hicieron tan buenos amigos de mis hijas en el colegio, el sabor delicioso de los postres de la madre de una de las mejores amigas de mi hija mayor, la incansable vitalidad de los ancianos que pareciera que estuvieran en todos lados al mismo tiempo, la caída de los pétalos de sakura en abril y la cara de felicidad de mi esposa haciendo un muñeco de nieve en enero con un brillo especial en la mirada, como una niña, frente a la casa.
Me llevo también las interminables discusiones académicas en el laboratorio sobre qué fue primero, si el huevo o la gallina, las reuniones académicas donde me pedían que hable lento y las no tan académicas donde me pedían que hable rápido, me llevo aquella singular sustentación de tesis donde mi profesor, a decir de mis amigos en el laboratorio, asentía con la cabeza y casi recitaba de memoria mis palabras en voz muy baja a medida que yo las iba mencionando, y donde el Jefe de Departamento, para sorpresa mía y de los demás, se levantó de su asiento para felicitarme por el trabajo; y me llevo aquella tarjeta de despedida donde mis compañeros de laboratorio me dejaron escritos sus mejores deseos.
Prepárate Lima, será más que bueno ver nuevamente tu cielo gris panza de burro que veía reflejado aquí en los días de lluvia en Japón, y será todavía mejor escuchar aquellas voces y volver a ver aquellos rostros que tanto tiempo han formado parte de mi vida, y porque no, talvez conocer nuevos rostros y escuchar algunas nuevas voces que sólo he podido imaginar a través de la lectura de sus escritos.
Gracias por todo Osaka.
Gracias por todo, Japón.
Mucho se puede escribir (de hecho, se ha escrito y se sigue escribiendo) de la vida en Japón, y la mayoría de escritos que he tenido la oportunidad de leer van acompañados de calificativos y/o descripciones hechos de manera bastante sesgada. Asi que pensé, ¿Por qué no uno mas?.
Cuando uno es médico, pues por lógica está acompañado de medicina toda la vida, quiéralo o no; y la medicina te enseña al menos dos cosas: a ser observador y a ser objetivo; dejando muy poco margen a emociones que puedan nublar, y en algunos casos obscurecer completamente el entendimiento; para buena o mala fortuna del médico, dependiendo del caso, éste no solo se comporta de esa manera en el área profesional, sino que dicho patrón está tan interiorizado que forma parte de la conducta rutinaria en todos los aspectos de la vida de esta persona.
Sin embargo, voluntariamente hoy, mientras estoy sentado en un Starbucks en Tokyo, muy cerca de una de las estaciones mas transitadas del mundo, he querido que mi razón descanse por un momento, y deje que otras partes de mi persona escriban el que yo creo es el último capítulo de mi vida en este increíble país.
Un país, creo yo, es antes que nada, su gente; y Japón es justamente eso: Trabajador, perseverante, incansable, paciente, reservado, y poseedor de un espíritu de lucha impresionante.
Japón también es excéntrico (a veces bastante), muchas veces gracioso hasta el cansancio, reflexivo y meditativo hasta la indecisión, y al mismo tiempo, incólume como una roca ante las adversidades.
Japón es Tokyo, un monumento viviente a los avances del ser humano en tecnología; es Osaka y el corazón amable de su gente, cuna de artistas y gente emprendedora; es Kyoto y la historia viva del Japón tradicional que se respira por sus calles; es Nara y sus incomparables campos de sakura en primavera rodeada de alegres ciervos que se confunden entre los visitantes; es también Shikoku y el alma de sus pobladores y los caminantes de los 88 templos, y podría seguir enumerando el significado de Japón hasta el cansancio, desde el mar de Shimonoseki hasta la solemnidad de Hiroshima, y aún no estaría satisfecho de dar mi propia definición.
Llegué a conocer a buenas, excelentes personas, quienes muchas veces nos abrieron las puertas de sus hogares (y eso es mas de lo que puedo decir de mucha otra gente) a mi familia y a mi, y nos dejaron entrar en sus vidas, aprender de ellos y compartir muchas experiencias enriquecedoras, reafirmando que la lealtad y la amistad van mas allá de un idioma, una raza o una nacionalidad, y sí van de la mano con el entendimiento entre buenas personas que se reconocen entre ellas, y dejan que la confianza se transforme poco a poco en una amistad que, de hecho, se fortalece con el paso del tiempo.
Osaka fue la ciudad que elegí como testigo de este camino por estos cuatro años y medio, una joya que es la perfecta transición entre el vértigo tecnológico en Tokyo y la tradicional y milenaria Kyoto; ciudad de comerciantes, de líderes y de artistas; de gente que, a decir de otros, tiene un acento gracioso, pero que creo es perfecto para ellos, gente amable y alegre, tan atenta como presta a la sonrisa y muchas veces a las bromas, y llenos de talento y perseverancia por alcanzar sus metas.
Dejo en esta ciudad cuatro maravillosos años llenos de recuerdos, la mayoría de ellos buenos, y mi eterno agradecimiento como un estudiante extranjero que vino por un diploma y recibió mucho mas sin pedirlo, y a veces creo yo sin merecerlo.
Debo decir que vuelvo a Lima feliz, obviamente porque es mi casa, como yo digo, "mi sitio", con mi gente, y que es donde realmente quisiera explotar todo lo aprendido, y también feliz porque creo que aprendí mucho mas que medicina, que este doctorado no fue sólo de investigación, que los experimentos realizados y concluídos no fueron solamente aquellos doce artículos publicados en el Medline; este viaje me permitió conocer y empezar a comprender tantos puntos de vista que mi obtuso entendimiento había negado sumergido en la ignorancia de los que viven dentro de un tubo e ilusamente creen que es el universo.
Hay, como en todos lados, críticos u otras personas que probablemente estén en desacuerdo con las opiniones que estoy vertiendo aquí; e inicien una lista interminable de cosas negativas respecto a Japón. Pues qué podría decir, nadie puede estar con Dios y con el diablo al mismo tiempo, salvo algunos políticos cuyos nombres no merecen mayor mención, si alguien quiere quedarse con esa imagen de Japón, está en su derecho.
Por mi parte, me llevo lo bueno que Japón me ofreció a manos llenas, nuevas amistades y lecciones para toda la vida.
Me llevo las sonrisas de los niños que se hicieron tan buenos amigos de mis hijas en el colegio, el sabor delicioso de los postres de la madre de una de las mejores amigas de mi hija mayor, la incansable vitalidad de los ancianos que pareciera que estuvieran en todos lados al mismo tiempo, la caída de los pétalos de sakura en abril y la cara de felicidad de mi esposa haciendo un muñeco de nieve en enero con un brillo especial en la mirada, como una niña, frente a la casa.
Me llevo también las interminables discusiones académicas en el laboratorio sobre qué fue primero, si el huevo o la gallina, las reuniones académicas donde me pedían que hable lento y las no tan académicas donde me pedían que hable rápido, me llevo aquella singular sustentación de tesis donde mi profesor, a decir de mis amigos en el laboratorio, asentía con la cabeza y casi recitaba de memoria mis palabras en voz muy baja a medida que yo las iba mencionando, y donde el Jefe de Departamento, para sorpresa mía y de los demás, se levantó de su asiento para felicitarme por el trabajo; y me llevo aquella tarjeta de despedida donde mis compañeros de laboratorio me dejaron escritos sus mejores deseos.
Prepárate Lima, será más que bueno ver nuevamente tu cielo gris panza de burro que veía reflejado aquí en los días de lluvia en Japón, y será todavía mejor escuchar aquellas voces y volver a ver aquellos rostros que tanto tiempo han formado parte de mi vida, y porque no, talvez conocer nuevos rostros y escuchar algunas nuevas voces que sólo he podido imaginar a través de la lectura de sus escritos.
Gracias por todo Osaka.
Gracias por todo, Japón.